sábado, 13 de agosto de 2011

Caras saladas


Me llamo el ruido de las olas, estrellándose contra las piedras que parecían negarse a ceder. La piedra estaba helada contra mi pecho pero el espectáculo generaba mucho calor desde adentro.
Como una manada que percibe en conjunto, mas gente se acercó. Nadie dijo nada.
Nos comunicaba esa sensación compartida, que la palabra no se atrevió a invadir. Y así, en silencio, nos detuvimos a contemplar esa fuerza inmensa que se desplegaba tan cerca nuestro, como con intención de alcanzarnos.
Inabarcable a tal punto que obliga a girar la cabeza por no entrar en nuestro campo visual. Que pide tiempo para procesar su canción monótona, su ritmo de baile.
Un gran golpe que explotaba en débiles gotas saladas, que al reencontrarse luego de caer recuperaban su soberbia.
Súbitamente pierdo el hechizo y la piedra helada me endurece el cuerpo como mimetizándome con su esencia. Pierdo por ser más débil que la perseverancia del mar. Como pronto va a perder la piedra frente al mismo enemigo.