lunes, 11 de febrero de 2008

Curame


Cuando me duele la panza me apoyo las manos encima, como indicando donde quiero que el dolor se atenué. Si me acuerdo de algo que me olvidé, también me llevo las manos a la cabeza, como retando a mi memoria y cerrando los ojos como avergonzados de lo ocurrido. Si quiero que te mejores te apoyo la mano en la espalda, porque creo que con las palmadas se sacude tu dolor, como una alfombra colgada de un árbol que la golpeamos para que se limpie, para que suelte el polvo que la opaca. Si mi boca se excede mis manos la tapan como impidiendo que su capacidad ofensiva se propague. Si no me animo a decir algo, mis manos se encargan de decirlo mejor. Porque escribiendo uno se puede retractar. Los tiempos de las manos son otros. Guardan las cicatrices del pliegue de cuando las cerramos. Como siendo testigos que desde que nacemos queremos aferrarnos y cerramos fuerte el puño cada vez que agarramos algo, tan fuerte que esas marcas quedan impresas en nuestras palmas. Las manos curan y sino aminoran con caricias lo que no tiene solución.
PiCCoLo.