domingo, 10 de agosto de 2008

Amor propio


Cuando hay olimpiadas se siente cierta energía. Pensando que en alguna parte durante un periodo se están invirtiendo energías en cantidades industriales. Que mientras dormimos hay años de entrenamiento puestos en acción. Veinticuatro horas al día de desgaste físico. Vividas con tanto entusiasmo que hasta la televisión transmite el esfuerzo de los atletas. Casi hasta escuchamos la voz de sus músculos pidiéndoles a gritos que se detengan y la voz de su conciencia acallando esos pedidos, motivándose por variadas razones. Gloria, competencia, reconocimiento, ponerse a prueba o quizás la clásica necesidad humana de trascender. De creer en esa vida después de la muerte que es el recuerdo. Sin dejar de lado nuestra inherente esencia bivalente que guarda su costado material plasmado en medalla y el espíritu inmortal forjado en batalla.