Se respira un aire viciado. Viciado de ser respirado. Pero no en un sentido sofocador, sino refiriéndome a un aire lleno de vicios. Vicios que salieron por los poros, por la boca y luego se hicieron aire y silencio. La luz tenue lo hace calido, por momentos agradable. Como generando cierta adicción a el. Ese aire me demora. La miro a ella en la cama y esta inmóvil. Por la poca luz, se camufla con las sabanas que parecen, ambas entre sombras, de un mismo color, del mismo material.
No hay ventanas, pero se escucha sordamente, que el mundo gira afuera. Que conserva su velocidad. Mi mente sigue lenta y no quiero que eso cambie.
Tomo una bocanada de ese aire en forma lenta y así evito acelerarme. Me mantengo aletargado. Casi sintiendo la temperatura de mi cuerpo, la infrecuente laxitud de mis músculos. Estos, se vuelven desprevenidos, me convierto en presa. Pero aquí adentro no hay nadie más que una mujer dormida entre sabanas. Entonces me permito existir sin guardia unos minutos más. Sin cuidado.
Me permito no pensar en nada, no cuidarme de nada ni nadie. Rasguño con mi brazo estirado al máximo, la paz. Experimento el paradójico esfuerzo de encontrarla, me entusiasma lograrlo y sin querer me acelero nuevamente. No puedo evitarlo. Meto más aire que hasta parece claro en esa oscuridad. Todos mis sentidos bajan unos escalones su capacidad, uno se niega. Mi oído es más propenso a desconcentrarme. Me hago mas sensitivo, pero menos sensorial. Siento el peso del aire, logro eso. Algo genera un sonido quizás fue alguien, mis músculos oyen, mi piel se acartona y ya no siento el aire pesar sobre mi. Me hago robusto y acechante de nuevo, recordando que el silencio me mantuvo privado de atención, cautivo de calma.